PARA VERNOS HACIA ADENTRO.

 PARA VERNOS HACIA ADENTRO.

Como un desvelo inoportuno, así lo calificó desde un principio, le pareció soñar que su sombra empezaba a aparecérsele; ¿acaso jamás se había percatado de la existencia de aquella imagen que sólo la luz era capaz de reconocer?, así en las deshoras convertidas en una extensión de su vigilia, inició aquel camino que sin destino fijo alguno, acaso lo llevara hacia el encuentro de la fórmula mística que lo había convertido en algo invisible. Buscar y no buscar, andar y desandar lo cotidiano que se vuelve lo que es la razón y el corazón como componentes del mismo cerebro, del mismo pensamiento; serían las cuñas de un mismo palo, que aprietan y aprietan sin que exista propósito alguno, sin que se pretendan logros y éxitos como los que si poseen sombra e imagen; repletos y satisfechos.

¿En qué respuestas ha de estar pensando, cuando su intuición le reclama sobre aquel enorme conjunto de seres humanos que si son útiles para preservar la especie?, ¿es acaso que la maldad, el poder, la prepotencia,..., son virtudes de utilidad para hacer héroes a los que debemos temer?; no queriendo molestar a la quietud nocturna, ni al aullido doliente de algún perro que extraña a su amo, ni siquiera el lento caminar –en aquellas horas- del bicho rastrero; aminoró sus ritmos vitales hasta hacerlos parecer una cadenciosa danza ritual, de brazos y muslos marfileños que han de apuntar inexorablemente hacia el vientre hecho de tierra fértil para dar cabida a nuevos héroes. Era de un goce pleno su capacidad de minimización, de estar como el observador de obscenidades que acepta y rechaza, como mirar por las rendijas de los dedos en un afán de evitar ver, de no escuchar, de no sentir, para terminar refugiándose en lo anónimo, o si bien le va en lo pseudónimo; ya que él era muy ajeno a ese gran conjunto de seres humanos.

En aquel ir y venir, de mirar hacia arriba, siempre con el mentón apuntando hacia el cielo y comprendiendo su alrededor; apenas identificando a sus escasos pares y dudando de los que –por algún asomo curioso- veía apretujados, unas veces furibundos y otras adulando, alabando, cortejando, dando vivas, eufóricos por ser vistos, saludadores, abrazadores, llevados de la mano para no romper la formación, uniformados con camisas de colores llamativos; imperativamente atentos para escuchar la voz del que les habla; estoicos bajo los rayos solares, la lluvia, el viento, el calor, el frío; ya en espera de la recompensa inmediata, la torta, el refresco; ya en espera de la fortuna, el empleo, el ascenso, la recomendación, los trámites sin hacer colas, la futura dirigencia...; de tal forma comprendía la enorme probabilidad, la potencialidad de una especie: la humana, y las virtudes que han de hacer de ella un ente seguro y confiable para preservarse; y esos eran muchísimos...

¡Qué necesitados estaban! –decía con su mirar cándido y comprensivo- de defender con todo lo que tenían en sus capacidades, el apego ‘al que habla’; la adoración y el sentimiento de posesión, hacia quien se dirigía a ellos en una suerte de arenga , en una especie de oratoria gesticulante cargada fuertemente de una dosis ininteligible de frases y palabras –las más, sin sentido- pero que arrancaban de los escuchantes, en algunos emociones carentes de un origen definido, en otros hilaridad escurridiza muy cercana a la imbecilidad, y en otros –los más- sueños de grandeza que aspiran a seguir los pasos de los hombres más ricos del mundo, sueños de dirigir las más grandes empresas, de dirigir, de ser líderes, de pertenecer a esos iluminados, seleccionados, predestinados..., para preservar la especie; pero para eso, por ahora tendrían que ser sumisos, disciplinados, obedientes, cooperadores; seguir las instrucciones de quien ‘les habla’.
Alguna vez nos dijo; ‘ya ha desaparecido –por completo- aquella virtud que tenían nuestros viejos de ser una sola, el pensamiento, la palabra y el hacer’; lo expresó sin asomo nostálgico alguno, sin resentimiento ni frustración, sin dejo de reclamo o amargura; muy alejado de aquellos que quieren hacer sentir responsables a sus escuchas de todas esas cosas que –según han dejado de hacerse o se han desacostumbrado- añoran (en virtud de sus apegos) aquellos tiempos idos, más en recuerdo de privilegios perdidos, que en romanticismo nostálgico como del que se alimenta de recuerdos de amores perdidos. ‘Ahora, los que más abundan son aquellos que ofrecen una cara de amabilidad y lisonja con todas aquellas terceras personas que tarde o temprano, han servido de adulación a sus propios ‘yo’ inflados de nada, elevados por quimeras de desvelo, por juegos de imaginación incapaces de ser mantenidos aún en las mentes más lúcidas; amabilidad que se transforma –con la rapidez del rayo- sorprendentemente en un semblante lleno de coraje, de reclamo, de hacer sentir culpable, de una descarga de energía –casi perversa - hacia aquellas personas que más aporte les han hecho de buena voluntad para llevar una vida de logros y equilibrio ; es el efecto multiplicativo del proceder de todos aquellos que se inclinan ante los de arriba y aún con los ubicados en su horizontalidad y desatan –en cambio- su ira contra quien sabe no ha de ser obstáculo alguno en la búsqueda de sus propósitos; también son los que por lo general desdicen a espaldas, lo que de frente es dulzura; donde el doble discurso es la característica.

Aquel construido de características invisibles, de esas virtudes que ya no existen, que sólo unos cuantos son capaces de salvaguardar, de transmitir usando lenguajes –casi crípticos-, señales, indicios, mensajes que para esa masa informe que envidian el poder, son imperceptibles o a lo más criticables, agredibles, sofocables, reprimibles, insultables, indeseables y hasta eliminables; sin ningún derecho a coexistir con ellos; aquel con características humanas que tan solo se percató de esa enorme diferencia entre serlo y no, observa con paciencia -envuelto en un silencio creativo- la simplicidad de la naturaleza contrastante con la vanidad de todos cuando poseer el tiempo presente y apropiarse del futuro, es la razón de vivir y de morir.

Decía el maestro, ‘cualquiera es capaz de apoderarse de una dirigencia; de un poder económico, de sobresalir de entre la muchedumbre, puesto que todos están señalados por las mismas características, todos están dispuestos a servir como alfombra tendida para que otros pasen por encima; servir de escalera para que otros puedan ser empinados; es como una especie de préstamo temporal de dignidades, pues tienen la esperanza de que alguna vez les toque ser de los que pasen por encima’. De aquí me viene la impresión, esa que no depende de credos ni conveniencias, sino la que se fundamenta en la experiencia de ser observador, tranquilo, reposado,..., que ya los hombres buenos no existen; esos que son benéficos para el mundo, que intentan todo el tiempo sanarlo, recrearlo, escribirlo, poematizarlo; estar en paz con el planeta y los subconjuntos que están contenidos en el universo; esos que son capaces de conocer y comprender las leyes probabilísticas para la ocurrencia de eventos benévolos; cada vez son los menos, como si por voluntad propia quisieran multiplicarse por cero, para dar paso a esa gran masa de individuos que persiguen el éxito como razón de ser; por ello habrán de calificarse como buenos, con una humildad a cuestas que hace resaltar, con más encono, la presencia de un alma invisible, que vuela en libertad indescriptible.
Sería en alguna ocasión, de esas en que el tiempo deja de ser importante y casi despreciable variable de infinitesimal valor para la existencia de aquel hombre de mirar sereno, carente de voz y exultante de profundos silencios, para quien un instante dado en su vida puede ser tan solo un aleteo del chupamirto o la duración del viaje del resplandor provocado por la explosión de una estrella lejana en que la unidad de tiempo ha de ser sustituída en términos de espacio para llegar ser comprendido; fue en ese entonces, cuando quizá dio continuación al hilo de su alocución, fue entonces cuando me leyó con pausada voz:
EL HOMBRE BUENO
¿Qué es ser un hombre bueno?
Difícil pregunta me haces,
¿acaso no distingues tal alcance?
Por ausencia de respuesta me deshaces
En mil partes desintegras mi balance;
Aunque un intento haré con pensar sereno.

Veo en la bondad, la virtud;
De los que daño no hacen
Como algunos suelen serlo en la quietud;
De los que sobre la vida conocen
Para contar sus bellezas;
De los que poesía escriben
y de la naturaleza cantar sus proezas;
Y en los sabios, que en silencio andan
Por caminos, sin desear riquezas.

Pero hay pocos con tan nombre venturoso;
¿conveniente acaso no sería,
Conocer mejor al no-bueno
para comprender mas bien, a tal virtuoso?

Ahí donde los muchos asoman,
resplandor de vanidades brillan;
manera simple que gestos transforman,
en simulación de bondades que orillan,
Con vehemente locución,
Hacer de cerca ver la quimera
Que inaceptable es a la razón.

En el no-bueno
Dinero y éxito es primordial;
La riqueza, religión de fundamento;
El lenguaje y la conducta
La forma coloquial
Que responsabilidad evade,
Como compatible evento;
Se rebasa el ‘yo’ en torrentes,
que avasalla con poder supremo,
Cualesquier obra de oponentes;
Son los que controlan el pasado,
Y en el presente, dueños del futuro,
apropiados de historial acaudalado,
solo esperan de sus genes rebasar el ‘muro’.
De sospechas hacen sus fortunas,
De cinismo la conducta exhiben,
Excelsos en palabras oportunas,
Que a quien piensa en contrapeso inhiben;
Son ejemplo y paradigma,
Que al educando inculcan,
Cual proyecto de vida digna,
Es misión y visión que invocan.

¿no es acaso, argumento contundente,
Para ser nombrado salvadores de la especie,
Sin ningún dejo sorprendente,
Y aceptar con la razón,
Lo que el sentir niega en lo consciente?
Es el no-bueno, pináculo evolutivo
Del ser social: de lenguaje fácil,
Del simplismo que la virtualidad ofrece,
De la ortografía que el tiempo argumenta,
Porque vale oro, que al saber suplanta;
Ellos son los que nos ganan,
Porque la historia, designios son,
De los que escriben de sin razón.

Pensando en todo ello, penetra a mi conciencia todo el silencio cargado de sus aromas, sonidos, y visiones que viajan por los confines hasta volver a ubicar a aquel maestro cuya sombra había sido substituída por un remanso de paz y soledad; surge por consiguiente el pensamiento simplista que a todos nos es común, característica del concepto de democracia que nos aliena y hace creer que todos somos iguales, como el borracho y yo, donde lo que nos hace iguales no es la democracia, sino la borrachera; No es la democracia lo que nos hace iguales , sino la ignorancia; porque, ¿es acaso el hambre un argumento de la libertad para optar por ella?, ¿quién es capaz de decidir por tal, en la condición democrática?; aún así, a sabiendas llegué a plantearle, no sin arrepentirme después, lo que sigue:
-¿qué es vivir así?- También le pregunté en algún momento.
- ¿son la soledad y el silencio condiciones para no ser como los demás?
- ¿son la soledad y el silencio, condiciones para ser feliz…. O no feliz…?
- ¿así es como es usted feliz?
- ¿acaso ser feliz es lo mismo que ser bueno?
Recuerdo que en esos momentos me miró con la calma característica, esa que no se ve y mucho menos se percibe, por más atento que cualquier observador fuese capaz de serlo; creo particularmente que cualquiera de éstos últimos, repletos de sabiduría y ego lleno, que ya no es capaz de aceptar ningún miligramo de sentires, porque se derraman y temen en el fondo ahogarse en sus profundos pozos de sabiduría; de haber estado presentes, no hubieran sido capaces de soportar su actuar, su decir y su pensar, donde todo es lo mismo; una sola cosa, que los muchos que poseen sombra y son garantes de la preservación de la especie no serían capaces de tomar en serio.
Me he percatado desde siempre, que las tales preguntas dirigidas a cualquiera, carecen de temporalidad; ora en sus respuestas retóricas que por necesidad han de estar relacionadas con la acción del pensamiento , ora con más razón si son producto de la experiencia, que son tantas como generaciones humanas han existido; pero las dirigidas a tal maestro adquieren una connotación que no han de estar afectadas por las contestaciones que de antemano tenemos de ellas.
Nunca pude identificar si las respuestas me las dio aquel maestro, o si yo mismo, como un sueño las tuve frente a mi, no como para darlas y difundirlas a mis amigos, ni siquiera a la mujer imaginaria que alguna vez creí –siguiendo mi pensamiento y actuar burgués- que con ella terminaría el final feliz de la vida cotidiana como dios manda; nada más creí soñar, -o acaso me lo dijo en voz viva, no lo sé- que todas las preguntas y sus respuestas son una ilusión, a menos que se plantearan y respondieran en ausencia del “ego”, es decir, desprovistas de toda intelectualidad, donde el silencio y la atención siempre están presentes. Pude estar consciente, desde esos momentos, que no son las respuestas lo que ha de ser importante motivo para sentirse vivo, si es que ello significa trascender el hecho de tener un trabajo, una casa, una familia, los amigos y la espera de los plazos para pagar tantas hipotecas e igual número de satisfactores que estén a nuestro alcance; son las preguntas, de las que no sentimos ninguna avidez por hacerlas, las responsables de nuestros miedos, por el temor de soltar a los demonios que nos atosigan; por eso amamos las respuestas, porque nos hacen flotar lánguidamente relajados sobre el tapete de la felicidad; a las preguntas en cambio, es mejor ignorar que existen.

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