CARTA A LA VACA SAGRADA.
I
VACA SAGRADA.
Sesenta y cuatro años después te vuelvo a encontrar. Es una vieja fotografía que pudo rescatar otro de todos los magníficos nietos que conforman la familia que procreaste; hijo de mi hermanita Eva, quien seguramente ya se reunió con ustedes; mi madre Sofía, la tía Bertha, Nelly, Gloria, tu nieta Velia, y aunque no te tocó conocerlo en vida, seguramente se presentó él mismo, Román Martinez Pineda, esposo de mi hermanita Irma y un hermano para mi. Ya imagino todo lo que les ha de estar contando mi hermana Eva, con esa “chispa” que imprime a su manera de hablar.
Estuvimos presentes, Patricia y yo, en los últimos días de Eva en su paso por este mundo; Patricia es mi esposa y creo que le provoca algo de asombro cuando le platico las anécdotas y formas de vivir en nuestro pueblo; la exuberancia de la naturaleza, su prodigalidad en todo, pero sobremanera la forma en que nos arropó siempre, sobre todo a nosotros los niños; todos teníamos duendes que nos protegían de espantos y “chanecas” en aquel mundo mágico en el que vivimos; le he platicado de aquella ocasión en que te acompañé a la guardia, la noche era muy cálida y me gustaba ver la luminosidad que producían luciérnagas y cocuyos, los sonidos de las ranas y de los sapos, que componían todos los silencios de la noche.
Un soldado te acompañaba, verde oliva con su “mauser” en mano representaba la seguridad que en aquellos tiempos era la constante en nuestra vida de campo petrolero. Como en aquella película de Alberto Isaac, muy bien hubiésemos podido decir “en este pueblo no hay ladrones”; en efecto, la tranquilidad se respiraba y se construía todos los días. Allí me dejaste acostado en una suerte de camita que tu mismo hiciste en ese rato, con horquetas y varas cortadas con tu infaltable machete, que era parte de tu vestimenta; encima la enramada con techo de palma y rodeada de espesa maleza, un alto zacate y matas de grandes hojas que hasta usábamos de sombrilla cuando el caso lo ameritaba; allí me quedé dormido mientras tú y el soldado fueron hacer el recorrido hacia donde estaba el “balancín”, típico mecanismo que se instala donde se encuentra un poso de petróleo activo. Aunque nunca me pregunté en que consistía tu quehacer realizado, pronto me olvidaba del asunto, en tanto que ya el amanecer anunciaba la hora de tu regreso junto con tus ansias de sorber un “posillo” de café con aquel infaltable “chorrito” de aguardiente, causa por la que finalmente te fuiste antes de mis tiempos.
Con ciertos rasgos de asombro te pregunté, en esa ocasión, porqué la enramada se encontraba “como rodeada” de zacate y bejucos amarrados en forma de lazos- que seguramente hubiesen dificultado que alguien pudiera caminar por allí-; me respondiste, ya con tu posillo de peltre en la mano, que “segurito fueron los duendes que lo hicieron como trampas para que nadie pudiera acercarse y asustarte”.
Todas tus historias fueron creíbles para mi, y esa de los duendes viene a mi memoria para hacerte el reclamo amoroso sobre tantas y tantas historias que pudiste haberme contado sino hubieras fallecido cuando yo era apenas un niño.
Pero las noticias tristes se siguen dando, aunque ya debes haberla visto, ahora tocó el turno a mi hermana Irma, escasamente a nueve meses de que nos abandonara Eva. Estamos todos muy tristes, sintiendo los rituales que demanda el luto y festejando la vida de mi querida hermana que supo educar y mantener unida a toda la familia que tú y Sofía criaron con mucho amor y generosidad de seres humanos.
Ahora solo quedo yo y Guadalupe, de todos aquellos que fuimos en el origen, pero quedan los siguientes, todos ellos magníficos -tus nietos-: Irma, Iliana y Román; Larisa, Ivett y Omar; José, Miralda; y Raul Alexander. Todos tenemos el sentir que la casa familiar seguirá siendo donde la presencia de Irma habita como una memoria que será imborrable de todas nuestras vidas, allí seguirán “mis niñas” Irmita e Iliana con el corazón abierto de “par en par” para recibir a todos sus hermanos.
Dejé para el final para contarte que Alexander es mi hijo, a quien le cuento las historias y anécdotas de como me imagino que tu las hubieras contado; al fin antropólogo de profesión e inminentemente con su grado de maestría en ese campo, me preocupo por que escuche sobre nuestra cultura costumbrista, empapada siempre de la exhuberancia del verde y de la riqueza alimentaria tan natural de la que estábamos rodeados.
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